Volar y no pensar en nada, ni en
los minutos que pasan, ni en los días que van acabando poco a poco con la vida.
Volar y sentir la libertad, sentir que no le debes nada a nadie y que estás en
un mundo vacío y que solo estás tú y tus
pensamientos brotando en el aire, un silencio que va y viene, esa sensación de
tranquilidad que hace falta que te de compañía alguna vez. Un vuelo alto que
llegue lo más lejano de los hombres, huir de la envidia, huir de eso que no
quieres ver más, de eso que se llama; felicidad que se tarda mucho en llegar y
si llega es por momentos tan pequeños que no lo sientes hasta que los empiezas
a extrañar. Y es que la verdadera felicidad siempre se ha encontrado en la tranquilidad
y en la libertad de pensar y decir lo que piensas, saber que el mañana viene
algo distinto a la monotonía.
Jugar a volar es sentirse por
unos minutos en un mundo creado por tu mente, desparecer todo lo que está
sucio, lo que no te funcione. Lo que te hace mostrar una sonrisa relajada y
cerrar los ojos sin miedo; ese es el nombre de la serenidad.
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